La
importancia de la especie caprina en Catalunya
ha sido siempre bastante secundaria, en relación
y beneficio de otras especies ganaderas, hecho
que viene corroborado por el reducido número
de poblaciones autóctonas existentes
y por el gran descenso del número de
efectivos en las últimas décadas.
Existió una raza de cabras, llamada
Catalana, documentada ya en el s.XIV, que se suponía extinta desde mediados del XX (Parés et al., 2005), pero de la que, en 2005, se localizó un pequeño núcleo en la sierra del Montsec, a partir del cual se ha procedido a su recuperación. La cabra
de raza Pirenaica, originaria de los Pirineos
aragoneses y navarros, también ha visto
decrecer su número hasta ser casi testimonial.
Únicamente las explotaciones de caprino
lechero, principalmente de las razas Murciano-Granadina
y Malagueña, han visto incrementar
sus efectivos.
Ante
esta situación, la existencia de una
agrupación racial, como es la Cabra
Blanca de Rasquera, localizada en varias comarcas
meridionales de Catalunya, se vuelve de vital
importancia para el mantenimiento y conservación
de los últimos reductos de patrimonio genético
caprino de Catalunya. De gran semejanza con
la Blanca Celtibérica, esta raza de
aptitud cárnica destinada a la producción
de cabritos, destaca por su gran rusticidad,
que le ha permitido adaptarse perfectamente
a las condiciones orográficas y climatológicas
de las comarcas en las que se ubica.
A partir del año 2004, se estableció un convenio de colaboración entre el actual Departament d’Agricultura, Ramaderia, Pesca, Alimentació i Medi Natural de la Generalitat de Catalunya y la Universidad Autónoma de Barcelona, para estudiar y caracterizar este reducto de patrimonio genético caprino de Cataluña, con el objetivo de iniciar un Programa de Conservación y Mejora de la población (publicado en febrero de 2013), y lograr, con su caracterización racial y estudios comparativos, su reconocimiento oficial como raza autóctona.
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