De
forma general, y para toda la especie, podemos
decir que los pollinos nacen después
de una gestación de aproximadamente
12 meses (“es más largo que
el parto de una burra”), aunque
el parto suele ser rápido y corto,
normalmente entre los meses de marzo y mayo,
destetándose posteriormente a una edad
comprendida entre los 6 y 9 meses. Las burras
muestran un nuevo celo de 7 a 9 días
después del parto, y como que este
celo la mayoría de las veces es fértil,
se aprovecha para volver a cubrirlas. Los
animales jóvenes llegan a la pubertad
hacia los 16-20 meses, pero las hembras no
se suelen cubrir hasta que no tienen una edad
de tres años. Del mismo modo, los garañones,
y debido a la variabilidad de su calidad seminal,
se aconseja no utilizarlos como reproductores
antes de los tres años. El ciclo sexual
suele tener una duración media de 24
días, con muy poca variabilidad. Mucho
más variable es la duración
del celo, de 2 a 7 días, así
como la sintomatología del mismo, produciéndose
la ovulación en las últimas
24 horas del celo.
Una
buena detección, y atención,
de los calores de la hembra, y una esmerada
coordinación entre el momento de la
ovulación y el salto, es decir, que
la monta no se realice de forma prematura
o demasiado tarde, es de vital importancia
para obtener unos buenos resultados de fecundidad,
y no atribuir a una hipotética esterilidad
de las hembras los malos resultados. Romagosa,
ya en el año 1959, atribuía
al poco cuidado que los criadores prestaban
a la cubrición de sus hembras, los
bajos índices de fecundidad de la población
asnal catalana, que rondaban aproximadamente
el 50%. Torres y col. (1983), continuaban
manifestando la misma preocupación
en las burras catalanas, ya que los índices
de fecundidad seguían siendo bajos,
concluyendo que la reproducción era
un problema importante a resolver en esta
población.
A
la misma conclusión llegaron Folch
y Jordana (1998), de forma más objetiva,
al analizar toda la información genealógica
disponible del período 1978-1996. La
base de datos genealógica constaba
en esos momentos de 109 animales vivos, distribuidos
en 39 pollinos (< 3 años; 18 machos
y 21 hembras) y 70 adultos (> 3 años;
26 garañones de edades que oscilaban
entre los 3 y 14 años, y 44 burras
de edades entre 3 y 18 años), con un
total de registros de aproximadamente 250
individuos. Los resultados obtenidos no se
pueden tomar como concluyentes, ya que el
grado de fiabilidad del pedigrí no
era demasiado elevado, pues a partir de la
quinta generación la proporción
de ancestros conocidos era tan solo del 20%,
pero sí como muy orientativos.
La
media de intervalo generacional entre padres
y descendientes (edad media de los padres
cuando nace su descendencia) fue de 6,74 ±1,66
años, siendo el intervalo materno (7,32±2,95)
mayor que el paterno (6,16 ± 1,55),
aunque las diferencias entre ambos no fueron
estadísticamente significativas. La
edad media de los reproductores al nacimiento
de su primera cría fue de 4,23±1,57
años para los garañones y de
5,37 ± 3,89 años para las burras.
El promedio de vida útil reproductiva
fue de 2,85±3,42 y 2,77±3,37
años, respectivamente; aunque las diferencias
entre ambos no fueron estadísticamente
significantes, lo que nos indicaría
que las tasas de reposición anual son
muy parecidas en las subpoblaciones de machos
y de hembras. El número promedio de
descendientes por garañón fue
de 4,0±4,82, y la media de descendientes
por burra de 2,28±1,34, mostrándose
la distribución familiar de las hembras
bastante más homogénea que la
de los machos.
El
incremento anual de consanguinidad, durante
el período 1976-1996, fue del 0,38%,
siendo del 5,9% el total de consanguinidad
acumulada en la población actual. Por
generación, el incremento de consanguinidad
fue del 0,83%. Estos valores de consanguinidad,
debido a la propia fiabilidad del pedigrí,
estarían infravalorados, y su valor
real estaría en un rango comprendido
entre esta estimación (5,9%) y la realizada
a partir de marcadores moleculares (15,4%),
la cual por diferentes causas –que no
comentaremos- estaría sobrevalorada
(Jordana y col., 2001).
En
un estudio de simulación realizado
por Folch (1998) en la raza asnal Catalana,
se llegó a la misma conclusión
en cuanto a la viabilidad futura de esta población.
Uno de los factores más críticos
que podían influir sobre una, más
o menos inminente e hipotética extinción
de la raza, era el deficiente manejo reproductivo,
localizado en el elevado porcentaje de burras
que nunca habían dejado descendencia.
Con
todo esto, queremos dejar bien patente, que
sí bien, la instauración de
un Programa Genético de Conservación,
en esta o en cualquier otra raza, es de un
indudable interés para la preservación
de la misma, no lo es menos, para lograr los
mismos objetivos, un buen manejo reproductivo
–mejorando especialmente la tasa de
fecundidad de las hembras- y una adecuada
política de crianza. Quizás
el problema no esté únicamente
en un deficiente manejo de los criadores,
sino, tal vez, en el poco estudiado, conocido
y particular ciclo sexual de las burras. No
obstante, investigadores de la Unidad de Reproducción
de la Facultad de Veterinaria de Barcelona,
financiados mediante un proyecto INIA (RZ
01-004) del MAPA, esperan aportar luces a
este problema, con el objetivo último
de poder dar las pautas y recomendaciones
más adecuadas a los criadores, en cuanto
al manejo reproductivo de sus animales (Miró
y col., 2003a, b).
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