Aunque
se trata de un animal muy rústico,
que aprovecha de forma muy satisfactoria los
recursos vegetales marginales, -no debemos
olvidar que una de sus posibles utilidades
económicas podría ser como elemento
limpiador de sotobosque, con la consiguiente
prevención, entre otras cosas, de posibles
incendios forestales-, una buena alimentación,
al menos durante toda la recría, es
fundamental para que pueda plasmar todo el
potencial genético que lleva dentro.
Por más buena genealogía que
posea, si no se le alimenta de forma adecuada
–ni en defecto ni en exceso, sino de
forma equilibrada-, nunca llegará a
ser un buen ejemplar.
Una
dieta, sobre la base de cereales, heno de
alfalfa, habas, esparceta y algún que
otro componente variado, que logren una alimentación
nutritiva y rica durante la recría,
desarrollará de forma óptima
el sistema óseo, las masas musculares
y unos equilibrados acúmulos de grasa
subcutánea, que lograrán desarrollar
al máximo el pollino hasta trasformarlo
en un buen garañón o una estupenda
burra. Los pollinos mal alimentados quedan
pequeños de talla, y en el argot catalán
de recriadores se les conoce como “pollinos
ahogados de pequeños”. Una
buena alimentación, al menos en las
primeras fases de la vida, es, como todo el
mundo sabe, de vital importancia para cualquier
especie.
En
la edad adulta, la alimentación es
muy simple, siendo suficiente una cierta cantidad
de grano de avena por la mañana y paja
de cereales a discreción, así
como, una bola de sal gema a su libre disposición.
Si además se puede disponer de un espacio
donde puedan pastar, su ración queda
muy enriquecida. El único aspecto en
que el asno es muy exigente es en la calidad
del agua, que tiene que ser siempre muy limpia
y fresca. Lógicamente, en la alimentación
de los adultos y en cuanto a sus suplementos
alimenticios, se debe atender las distintas
necesidades nutritivas según sus etapas
vitales (gestación, lactancia, reproducción,
etc.) o de trabajo.
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